A 60 años de la tragedia de El Cobre: Para recordar y mejorar

Mar 27, 2025

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El 28 de marzo de 1965 un terremoto con epicentro en Cabildo y La Ligua hizo colapsar dos tranques de relaves (estructuras de tierra y roca que almacenan residuos mineros líquidos o semi líquidos) de la mina de cobre El Soldado, causando más de 300 muertos y sepultando casi por completo al pueblo de El Cobre. Es una de las mayores tragedias de la minería chilena y mundial.

El mineral El Soldado se ubica en la región de Valparaíso, en la llamada cordillera de El Melón, emplazada en la comuna de El Melón, a 125 kms al norte de Santiago. En 1965, cuando ocurrió la tragedia, estaba bajo la propiedad de la compañía francesa Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, y cuya subsidiaria en Chile era la Disputada de Las Condes.

A las 12 horas con 33 minutos se desató la tragedia.

Un sismo grado 7.6 en la escala de Richter, con epicentro en Cabildo y La Ligua, a 30 kilómetros del pueblo, provocó el colapso inmediato del muro del relave viejo … También el del nuevo, que estaba casi recién construido.

Todo comenzó a moverse violentamente y un ruido ensordecedor se apoderó del lugar. Una avalancha de relave húmedo, llevando en su camino piedras, escombros y latas de zinc comenzó rápidamente a sepultarlo todo…

El relave viejo comenzó a correr como una enorme arena movediza de la cual era imposible escapar.

Se calcula que la avalancha alcanzó un volumen de 10 millones de metros cúbicos, cubriendo una superficie de ocho a diez kilómetros de largo, y entre 200 y 500 metros de ancho. Este aluvión recorrió catorce kilómetros, a una velocidad entre los 35 y los 50 kilómetros por hora.

Varios otros tranques de relaves mineros en la Región de Valparaíso cedieron con este sismo: Los Maquis, Cerro Negro, Bellavista, La Africana, El Cerrado y La Patagua. Pero ninguna produjo el daño y la desgracia de El Cobre.

En cosa de minutos, la lava de barro sepultó las 80 casas del pueblo y le quitó la vida a más de 300 personas. Hasta hoy no hay una cifra exacta de los fallecidos. La cifra estimada más baja de muertos alcanza a las 247 personas. Dado que en la época no se contaba con un registro de las personas que entraban y salían del campamento minero, el rango estimado de desaparecidos oscila entre las 350 y 400 personas.

En un helicóptero Apache del Ejército llegó el presidente Frei Montalva a ver en terreno la dimensión de la tragedia.

De todas partes llegaron a apoyar el rescate: familiares de las víctimas, pobladores de otros campamentos, Bomberos, Carabineros de Chile, Caritas, El Ejército, los boys scouts y La Cruz Roja, cuyo perro Dorobrando se cuenta que hizo una labor heroica.

Pero solo pudieron rescatar 70 cadáveres.

En medio de los gritos, la pena y el estupor, familiares, amigos y la gente que llegó a ayudar, organizaron un cementerio improvisado para enterrar y recordar a sus muertos. Los sepultaron en ataúdes armados rápidamente con tablas de pino, sobre los cuales pintaron grandes letras rojas que decían “NN”.

La prensa de esos días fatídicos se refirió al pueblo El Cobre como “El valle de la muerte”.

Con el paso del tiempo, los sobrevivientes acudían recurrentemente a dejar flores donde pudo estar su hogar o su deudo… en memoria de los suyos. Lentamente, lo que había sido el pueblo, se fue transformando en un cementerio.

En medio de la pena y del dolor, comenzaron a implementarse medidas sociales para apoyar a los sobrevivientes: evacuación de los campamentos, viviendas de emergencias, entrega de alimentos, identificación de las víctimas, trámites civiles, proceso de investigación, etc.

En casi tres meses se levantó un nuevo campamento y la mina El Soldado retomó su operación. Durante los siguientes años, los habitantes de El Cobre, de a poco, fueron reasentados al pueblo de El Melón.

El padre Gustavo Filippi Murato se hizo cargo de 12 niños huérfanos del terremoto: nueve hombres y tres mujeres. “Hay que hacer las cosas, no hablar de ellas”, dijo en su testimonio “Los Hijos del Terremoto”, en una nota de El Mercurio, del 8 de enero de 1984.

El 28 de marzo de 1966, para el primer aniversario de la tragedia, y después de una misa muy emotiva en la parroquia -que no fue arrasada- se destapó un monolito a la memoria de lo ocurrido. Así nacía oficialmente “El Parque Los Mineros”, “un camposanto que daría descanso a quienes fueron atrapados por la mortaja de arenas”, escribe José Díaz Pozo en Desde Adentro.

De ahí en adelante, cada 28 de marzo, en El Parque Los Mineros se realiza una ceremonia y un responso en memoria de las víctimas. Este viernes 28, cuando se cumplen 60 años, se repetirá este ritual conmemorativo.

Antes de esta tragedia, las regulaciones legales para la construcción de tranques de relaves en el código de minería, eran mínimas. A raíz de esta tragedia, el Estado chileno inicio un proceso de regularización en lo referente a construcción y gestión de relaves.

En 1970 se dictó la normativa de cimentación de tranques o diques de relaves, cuyo decreto 86 estableció la aplicación de mejores tecnologías para la construcción de estos embalses, y obligó a las empresas mineras a someterse a este nuevo reglamento y estándar en materia de construcción y manejo de depósitos de relaves.

“Las normativas y reglamentaciones en materia ambiental y social aparecen a raíz de las tragedias y de los movimientos que estos sucesos generan”, explica Nigel Wight, investigador del área de Desempeño Social y Gobernanza de Recursos de SMI-ICE-Chile, que está realizando una investigación sobre la tragedia de El Cobre.

“Lo sucedido hace 60 años en El Cobre nos demuestra que la memoria colectiva de una sociedad suele ser muy corta. Apenas tres décadas antes, en 1928, se había producido el desastre del tranque Barahona, que le costó la vida a 55 personas, y por la misma causa: un terremoto hizo colapsar un tranque de relave. Y esto sucedió en menos de una generación. Claramente la sociedad no aprende las lecciones solo por el dolor de la tragedia. Requiere además organización social y políticas públicas para generar un cambio”.

“A partir de la tragedia de El Cobre, en Chile se prohibió la construcción de tranques ‘agua arribas’”, explica Nigel Wight. “Sin embargo, con los años, la historia fue desapareciendo de la consciencia y memoria nacional, y sólo se ha mantenido muy viva su memoria a nivel local, como parte del tejido social de El Melón, entre la gente que vivió el desastre y sus familias”.

A pesar de su envergadura en pérdidas humanas, la catástrofe de El Cobre, hace 60 años, no tuvo el impacto social ni ambiental de los dos grandes desastres ocurridos en materia de relaves, en la última década: la catástrofe de la represa de Bento Rodrigues, en Mariana, Minas Gerais, en noviembre de 2015; y, luego, la tragedia de Brumadinho, el 25 de enero de 2019, que le costó la vida a 268 personas cuando un dique minero con aguas residuales de la mina Córrego de Feijão se derrumbó y derramó miles de metros cúbicos de agua y barro tóxico sobre la zona.

El desastre de Brumadinho dio pie a todo un movimiento mundial que logró reparaciones y grandes cambios regulatorios. A raíz de las demandas contra la empresa minera Vale, cuatro años después se creó el Estándar Global de Gestión de Relaves para la Industria Minera (GISTM), la norma más exigente y validada por la industria actualmente.

“En 1965, sin redes sociales y tanta tecnología, era más difícil escalar una tragedia local a nivel nacional y luego internacional, como sí sucedió con Brumadhino”, explica Nigel Wight. “En la actualidad, la tecnología y los medios sociales permiten potenciar el impacto de un movimiento social. Posterior a la tragedia de El Cobre, los actores locales no tuvieron ni el ímpetu ni la fuerza como para provocar un impacto más allá de lo local. La mayoría del pueblo trabajaba entonces en la minera Disputada de Las Condes, que manejaba la mina El Soldado, y los familiares de las víctimas no lograron organizarse en los meses y años posteriores a la tragedia para iniciar acciones legales en contra de la compañía.

“A pesar de esfuerzos de la industria minera por mitigar los riesgos asociados con tranques de relaves, aún hay fallas. En 2024, el tranque de relaves de Minera Las Cenizas, en Cabildo, sufrió un deslizamiento en el muro de confinamiento del depósito de relave. Hace pocos días, en Potosí, Bolivia, un cúmulo de mazamorra con residuos mineros dejó bajo el lodo al pueblo de Andavilque. Poco antes, en febrero pasado, se reventó una represa de relaves con desechos ácidos en Zambia, contaminando unos 100 kilómetros del río Kafue.

“Tanto Brumadinho como El Cobre fueron tragedias evitables, que causaron cientos de víctimas atribuibles a fallas humanas”, sentencia Nigel Wight. “Eventos como estos derivan en cambios. La tragedia de El Cobre cambió la normativa nacional. Y el rechazo de la comunidad global a Brumadinho provocó la creación del GISTM (The Global Industry Standard on Tailings Management). Si bien estas transformaciones han producido un impacto positivo sobre la gestión de relaves, se espera que las mejoras necesarias no sean provocadas solo por la ocurrencia de desastres, con pérdidas de vidas”.

La profesora Deanna Kemp, del Sustainable Minerals Institute de The University of Queensland, formó parte de la Revisión Global de Relaves tras el desastre minero de Brumadhino en 2019. Al cabo de una amplia consulta, el panel de revisión realizó un borrador de ​​una norma global sin precedentes sobre la gestión de relaves, aplicable a las instalaciones de relaves existentes y futuras. Bajo el nombre de Norma Global de la Industria sobre la Gestión de Relaves (GISTM), fue lanzada en agosto de 2020.

Kemp explica la importancia de haber considerado que un enfoque holístico en la gestión de relaves era un aspecto prioritario para prevenir futuros desastres.

“El GISTM tiene como objetivo fortalecer las prácticas de gestión de relaves integrando consideraciones sociales, ambientales, económicas y técnicas locales a lo largo de todo el ciclo de vida de una instalación, independientemente de su ubicación y de quién la opere”, afirma.

“El aniversario de la tragedia en El Cobre nos hace reflexionar sobre cuánto ha cambiado en las últimas seis décadas y lo que aún debe cambiar en la forma cómo la industria gestiona los residuos”.

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